HACER PERIODISMO EN EL MÉXICO PROFUNDO

Por Andrés A. Solis*

El asesinato de tres personas en una comunidad indígena encavada en la Sierra Tarahumara de Chihuahua nos reafirma lo que ya sabemos: En México hay zonas donde los poderes fácticos gobiernan ante la complacencia y pereza de las instituciones.

Un personaje conocido, reconocido y hasta admirado que lleva años paseándose descaradamente por las carreteras de Chihuahua, que puede ir incluso a las grandes ciudades y regresar sin ser molestado. ¿Qué importa que tenga órdenes de aprehensión?

Este es el claro ejemplo de la impunidad que afecta a miles de personas y muy particularmente a millones de indígenas de este país que migraron a las sierras y montañas para huir de los conquistadores españoles sin saber que 500 años después esas sierras y montañas se convertirían en su propia trampa al volverse regiones controladas por el crimen organizado.

En las últimas tres décadas ese escenario ha ido empeorando y la consecuencia es la vulneración de derechos humanos y un clima de miedo y terror que agrava las condiciones de pobreza, miseria y abandono de los pueblos originarios.

Y en estas regiones se hace periodismo en condiciones de alta vulnerabilidad y alto riesgo.

En las zonas indígenas apenas existen medios locales; algunas emisoras del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, una que otra radio comunitaria pirata y poco a poco van emergiendo medios digitales. En general comparten una cosa: Carencias.

Son periodistas sin licenciatura (si bien les va terminaron la preparatoria); sin entrenamiento profesional ni herramientas ni recursos para realizar su labor o desplazarse en la región de cobertura.

Allá no hay corresponsales, ni siquiera de medios estatales, porque los temas de indígenas siguen sin ser noticia.

Las y los colegas que reportean en esas regiones son mayoritariamente indígenas y tratan de hacer periodismo desde su visión del mundo y con su lengua originaria.

Para ese creciente número de colegas no hay respaldo de los medios comerciales, de los gobiernos, de los mecanismos de protección ni de las organizaciones que dicen proteger periodistas. En estos días no he visto a nadie ocuparse de las y los periodistas indígenas que viven bajo la amenaza permanente de grupos criminales.

Recuerdo una tarde de 2003 en un bar bien rascuacho de Cuetzalan, Puebla. Allí había un grupo de periodistas indígenas de varios pueblos originarios (un chatino y un zapoteco de Oaxaca, un nahua de Veracruz, un totonaco de Puebla). Dialogaron largas horas con unos tragos en la mano y de allí surgió una red de colaboración que se tradujo en un Blog que aún existe y se llama Corresponsales Indígenas. Creció hacia zonas de Yucatán, Quintana Roo, San Luis Potosí, Chiapas, Hidalgo, Nayarit y logró enlazarse con redes similares de países como Bolivia, Perú, Colombia y Brasil.

Sobreviven porque no viven del periodismo. No han recibido nunca respaldo de nadie, pero insisten en de repente seguir publicando en medios locales. Ese grupo sabe y ha padecido lo que es hacer periodismo en zonas controladas y silenciadas.

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*Periodista, autor del “Manual de Autoprotección para Periodistas” y de la “Guía de buenas prácticas para la cobertura informativa sobre violencia”. Conduce el programa “Periodismo Hoy” que se transmite los martes a las 13:00 hrs., por Radio Educación.

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